La Librera

La Librera

Mi abuelo era tipógrafo, no sé mucho de él, sólo he visto sus máquinas antiguas de tipos móviles, de hierro pesado, objetos que me parecen fascinantes pero a los que no les encuentro inmediatamente el sentido. Sé que mi abuelo fue tipógrafo por esas máquinas que vi en mi adolescencia y porque varias veces me dijeron en mi familia que mi papá había aprendido a leer al revés, leyendo las planchas, los bloques de texto de los tipos móviles. Muchas veces yo misma conté la historia de cómo algunas personas leen letra por letra, otras palabra por palabra, frase por frase pero que mi papá leía por párrafos. Es decir, mi idea, que no sé si sea cierta o no, es que mi papá veía bloques de texto y los leía como una sola imagen, no recorriendo el camino de las palabras y sus formas sino más bien captando el sentido total de un párrafo. Al menos así parecía cuando se sentaba a leer y duraba horas devorando un libro que se iba transformando en sus manos rápidamente. Lo que tenía una larga historia por delante, medida por el grosor de las páginas que faltaban se volvía una historia conclusa cuando cerraba esas páginas que en cuestión de horas habían pasado al otro lado, a la izquierda, al reino de las páginas leídas. 

 

Mi papá era un gran lector, cuando pienso en él me lo imagino sentado leyendo y muchas veces me senté a su lado a leer. Él siempre quiso ser librero, lo fue brevemente alrededor de un año antes de su muerte, pero fue siempre mi librero mientras estuvo vivo. Me recomendaba títulos, los buscaba pacientemente en los estantes de la biblioteca que nunca dejó de crecer y me pasaba pesados volúmenes a pesar de que yo tenía apenas ocho años. Así fue como aprendí a amar la lectura, cada libro era más interesante que el anterior, sobre todo porque lo tenía a él, mi librero que me recomendaba qué camino coger entre los laberintos infinitos de las letras. A los diez años leí el Señor de los Anillos, una bellísima edición que contenía los tres volúmenes y me costaba cargar de un lado a otro. Luego leí Los Tres Mosqueteros, uno de los libros favoritos de mi padre. El día en que me lo dio, una edición antigua con una rosa en la carátula lo recibí con honor, como quién ya ha llegado a un nuevo momento de su vida: cuando se es lo suficientemente grande para descubrir la genialidad de Alejandro Dumas y las aventuras de amistad de los mosqueteros. Mi favorito siempre fue Aramis, creo que fue mi primer amor platónico, yo debía tener once años. Luego vino la ciencia ficción, me leí catorce libros de la saga de Dune (los otros seis aún no habían sido publicados) quise ser siempre parte de la hermandad Bene Gesserit e incluso a los trece, cuando mi adolescencia se manifestó como un miedo paralizante irracional, logré sacarme de esos trances con las letanías de la Hermandad. Aún todavía me sirven de mantra.

Cuando nos íbamos de viaje, lo primero que empacaba mi papá eran libros, yo aprendí siempre a llevar uno en la maleta, luego en el bolso. En los viajes, siempre entrábamos a librerías y años más tarde, viajando solo con mi mamá, mantuvimos siempre la tradición de visitar librerías. En Navidad, mi papá se compraba libros para sí mismo, los hacía empacar, los ponía debajo del árbol y luego leía “de Richi para Richi” o de “El Niño Dios para Richi” y así, hasta una docena de libros que luego procedía a abrir y leerse en los días siguientes, aficionado, afiebrado, ensimismado, feliz. Mi padre y los libros son uno en mi imaginario emocional, me siento hija de libros. Cuando entré a estudiar Literatura sentí la profunda satisfacción de estar en el hogar, un lugar en donde solo leíamos y hablábamos de libros, de cómo entenderlos o interpretarlos: ahí descubrí las voces líricas y profundas de James Joyce, San Juan de la Cruz, Stephane Mallarmé, George Trakle o Anna Kavan, pero siempre he leído sagas, novelas policiacas o romanticonas por igual.
Los libros son también mi objeto de transición. Cuando me mudé a Canadá empecé pacientemente a crear una biblioteca pequeña pero llena de sorpresas. Al momento de regresar a Colombia, vendí todo lo que tenía, regalé casi que toda mi ropa, pero me traje en una maleta esa mini biblioteca que me había acompañado: todavía la tengo. Igualmente, aún cuando llevaba un par de meses viviendo en Barichara, Santander, el día en que fui a Bogotá, recogí mis libros favoritos y me los traje en una maleta repleta puede ser considerado el día en que realmente me mudé a aquí.Los libros me han acompañado en todas las etapas de mi vida. Son mis amigos, son la única cosa que me apasiona enteramente, lo único a lo que le puedo dedicar mi vida entera y ni un solo instante aburrirme o agobiarme. Leo libros también para escribir libros

 En Barichara no existían librerías, cuando llegué siempre pensé en hacer una, pero no sabía muy bien cómo. Cuando la artista Juanita Richter me sugirió que compartiéramos local, en pocos meses de repente materialicé el sueño y así nació Aljibe Librería, llamada así por los aljibes que nutrieron los solares de todas las casas barichara y que aún algunas conservan. Sabía muy poco de cómo funcionaba el mundo de las librerías, aprendo sobre la marcha y celebro cada caja que llegaba llena de libros. Cada vez que hago un pedido, me siento como yendo a una chocolatería, me emociona sentirme rodeada de libros, conseguir nuevas editoriales, descubrir nuevos autores. Ahora leo más que nunca, para conocer a todos los habitantes de mi pequeño hogar en el mundo. Ahora soy una librera, escucho lo que la gente quiere, cómo se siente, de qué tiene ganas y voy sacando libros que forman pilas de recomendados, emocionada por compartir con alguien esa felicidad de leer, siguiendo los pasos de mi padre que le recomendaba a una niña y que al hacerlo, estaba influyendo en su destino.

 

Aljibe Librería es el proyecto para compartir mi amor por los libros y para que los libros tengan un hogar en la ruralidad colombiana. Esta página web, surgida de la necesidad en la extraña realidad de una pandemia, es mi manera de crear un hogar virtual, para seguir recomendado a todos los que estén buscando esa sensación reconfortante que puede dar un libro. Hoy, más que nunca, confío en que los libros salvan, abren la mente, despiertan la imaginación, le dan perspectiva a la inmediatez. Espero disfruten mis recomendaciones, espero me escriban si buscan algo en particular y espero que entiendan que gracias a cada compra que hagan están ayudando a sostener la librería, para que podamos seguir siendo el hogar de los libros de Barichara.
Bienvenidos,
Alejandra
La Librera
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11 comentarios

Hermosa crónica y maravilloso proyecto! Exitos para Aljibe!

MAria de la Paz ARiza

Aleja, hermoso texto, y muy bien escrito. Me conmovió mucho, no solo por la evocación de tu papá, mi amigo Richi, sino porque me trajo a la memoria imágenes de mi propia infancia, con un padre también amante de los libros y largas horas sentada a su lado, leyendo, preguntando, oyendo…
Muy bellos recuerdos.
Y te tiro un dato: Richi trabajó en el Zancudo, la librería de la Oveja negra. Allá lo veía cuando iba en busca de libros y del encuentro con los amigos, Richi y Carlos, el otro librero, otro amigo entrañable que también se fue.
Felicitaciones, librera.

MarthaMadridMalo

Barichara siempre ha estado en mi corazón porque representa el legado de mi padre, cuando descubrí que allí había una librería fue algo maravilloso, espero visitar este hermoso lugar, aún en la distancia se siente la calidez y la magia que allí habita. Gracias por compartir tus sueños… Es muy bonito coincidir con personas llenas de luz como tú y poder apoyarte.

Mónica

Indeed… es verdad Aleja, eres magia y el recuerdo de nuestra amistad tiene el fantástico poder de calentar mi corazoncito este herido o contento…
Un abrazo! Te pido que me comiendes una lectura para días lluviosos acá en bogotá, Te quiero

Daniela Convers

Que rico leerte. Nunca he ido a Barichara, pero desde que supe de tu librería esta en mi lista de destinos apenas el cuerpo se pueda mover de Bogotá; aunque, en espíritu ya he ido a mirar libros y a tomar café. A diferencia tuya, más allá del periódico o Condorito nunca vi a mi padre leer. Mi gusto por los libros salto una generación de mi abuelo materno a mi. Cuando podía entrar a su estudio de niña movía los libros, siempre en la búsqueda de un pasadizo secreto. En sus últimos meses con vida fui a su casa a leerle al abuelo y es un recuerdo que mantengo vivo. Gracias por las librerías y sus historias. A

Athalanta

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